¿Recuerdas cuando tus palabras rozaban mi cuello? Yo sí. En las noches mi mente se vuelve frágil, como una taza de café olvidada, el café dentro se encuentra frío, de tan olvidada que está la taza, el chico que la tiene delante, al hacer un movimiento, la deja caer. ¿Conoces ese estrepitoso ruido? ¿Cuándo estás pensando y los únicos ruidos que hay son las voces en tu cabeza? Al caer la taza no sólo se quebró, sino que a su vez gritó por ayuda.

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     Ayuda la cual nunca llegó.

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     No sé si sentirme afortunada o frustrada. Si esa ayuda hubiese salvado a la taza de café olvidada antes de caer, no habría historia por contar, en cambio, aquí estamos, hablando de esa maldita taza.

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     Esa taza, antes de ser olvidada y quebrada, estaba caliente, recién hecha, los labios del dueño rozaron los bordes, de lo caliente que estaba el café, éste se quemó.

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     ¿Y cuál fue su solución?

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     Dejar la taza delante de él y olvidarla. A pesar de tenerla ahí y verla directamente a los ojos, la olvidó. Sólo porque se quemó jugando con fuego.

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     Al ver la taza caer decidiste acordarte de ella y decirle al oído: ‹‹No te preocupes, pequeña, todo estará muy bien››, cuando no era así. La taza ya estaba rota, ¿de verdad crees que se volverá a colocar café caliente en ella? No pasará, habrá grietas, heridas en su corazón, las cuales no permitirán eso. Dejarán que por esas grietas, por esas fugas, escapará el café.

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     Sin embargo, no te importó, claro, creíste que unas palabras bonitas y un poco de pegamento la arreglarían, y claro, la taza caería en ello. Creería que todo está bien, pero cuando veas que sigue rota, quebrada y con fugas, incapaz de transportar el café, te olvidarás de ella. La tirarás al bote de basura y no le hablarás más.

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     Fue sólo un error del sistema, después de todo.

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     No fue tu culpa, claro.

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     Fue de la taza, desde un inicio, por no llevarte el café perfecto.